El Génesis es básicamente una narración de los orígenes de todo. En él encontramos las descripciones del primer hombre, de la primera mujer y del lugar donde vivían. El jardín del Edén se describe como un paraíso situado en Oriente donde los árboles son agradables de mirar y abundantes para comer.
Ciertamente, si nos paramos a observar la naturaleza vegetal allí donde nadie intenta dominarla, vemos que sigue patrones rítmicos, que su estructura es el resultado de una inteligencia asalvajada donde la diferencia no se considera error. Su capacidad adaptativa responde a una necesidad de supervivencia cambiante, supeditada a las condiciones ambientales. Es por tanto diversa y espontánea.
Así mismo sucede con la transmisión oral del saber -de la tradición y del pensamiento- caracterizada por tener virtudes y defectos parecidos a los que encontramos en la naturaleza: no improvisa pero permite licencias a la creatividad del orador, se encuentra a merced de la memoria y puede evolucionar mientras viaja para adaptarse al entorno moral donde se encuentra.
La sabiduría y transmisión oral del saber fue una tradición iniciada algunos milenios atrás y la existencia de la vegetación abarca miles de milenios. Así el jardín y el libro, como entidades evolucionadas de la naturaleza y del lenguaje oral respectivamente, son inventos muy recientes si consideramos la totalidad de la existencia humana. Ambos suponen una profunda transformación de sus predecesores, pues el jardín modifica la naturaleza indómita y el libro fija el conocimiento de la tradición oral.
La invención de la escritura (ideogramas, signos, grafismos, jeroglíficos) se dio en aquellas sociedades que por su nivel de complejidad necesitaron un instrumento más eficaz que la comunicación oral para sus transacciones. Un largo proceso de transición dio lugar al alfabeto tal como lo conocemos (letras asociadas a sonidos) y después el alfabeto tuvo su encuentro con el libro, con sus estructuras y sus pautas. ¿Qué otro invento del ser humano puede alcanzar la sofisticación del libro? Quizás uno de ellos sea precisamente el que nos ocupa en esta edición del Festival del Libro de Artista: el modo en que el ser humano ha intervenido en la naturaleza para ponerla a su servicio, ya sea mediante la creación de un jardín, de un huerto o de un campo de cultivo.
Tanto el jardín como el libro son representantes del orden. Lugares concretos y tangibles creados con una intención. Son una estructura racional -a veces al servicio del placer, otras en busca de control- y un registro de nuestra relación con la fuerza creadora de vida. Hacen acopio de lo conocido y al mismo tiempo suponen un terreno fértil para el ensayo y la investigación de nuevas ideas o especies, según el caso. Tienen una función: proporcionar. Están ahí para proporcionar algo que necesitamos, ya sea desarrollarnos, aislarnos, emplearnos en algo, observar la belleza, profundizar en alguna materia, hacernos devotos o escapar de nosotros mismos por un rato. Ambos plasman inquietudes, intentan facilitarnos la vida, cultivan lo estético, apaciguan la angustia que genera el desorden, coleccionan aquello que necesitamos para no quedar a expensas de su eventual disponibilidad allá afuera. Son lugares a los que acudir en busca de consuelo porque proveen remedios para el malestar tanto físico como espiritual, confortan los sentidos, elevan lo animal a lo humano, nos conectan en definitiva con nuestra propia naturaleza, al mismo tiempo visceral, emocional e intelectual.
El placer de crear, atender y observar un jardín no se puede comprender si no tenemos en cuenta que cuidar de la vida para verla crecer es intrínseco al ser humano. Y no es solo hedonismo sensorial sino el goce mental que proporciona lo estructurado y lo previsible. El placer de escribir, leer y poseer un libro también responde a nuestra búsqueda de evasión, al disfrute íntimo de cultivarse y a la necesidad de vincularse a algo más grande que uno mismo, o dicho de otro modo, de pertenecer.
El libro es un jardín de palabras intentando domesticar el pensamiento, procurando poner orden y comprender algo de lo que -constantemente- se nos escapa. El libro permitió que no sólo los sacerdotes o los venerables del clan poseyeran el patrimonio del saber o del pensamiento -instrumentos de mucho poder en pueblos ágrafos o analfabetos- sino que el conocimiento llegara a todo aquél que supiera leer, convertido en una herramienta más o menos democratizadora o, por lo menos, reductora de las diferencias.
Y de algún modo, un jardín dentro de un libro se convierte en un herbario, una suerte de colección de plantas secadas, conservadas, identificadas y acompañadas de información como la identidad del recolector, el hábitat donde fue encontrada y el lugar y fecha de la recolección. Es un almacén del saber y un registro de descubrimientos. Nacidos fundamentalmente con fines medicinales y ligados a lo mundano, los herbarios pasaron a ser archivos de todo lo hallable en la flora del entorno para su estudio científico, y acabaron siendo catálogos de lo propio y también de lo exótico, en un afán de inventariar el mundo vegetal.
Sin embargo, en la antigüedad árboles, plantas y flores no sólo eran utilizados con fines medicinales sino ornamentales, comestibles, cosméticos y para embalsamar cuerpos, ocupando un rol relevante en la vida de las comunidades humanas por su simbología y poder.
El primer herbario sumerio data de aproximadamente el año 2500 a.C. como manuscrito copiado en el s. VII a.C. Los papiros egipcios dedicados a la farmacopea, con la descripción de alrededor de 700 sustancias de origen vegetal para la cura de dolencias, son de un valor incalculable. Es considerable también el arsenal herborístico de plantas curativas recogido en tablillas asirias (Mesopotamia 600 a.C.) que todavía están en uso hoy en día, como el azafrán, comino, cúrcuma y sésamo.
SI HORTUM IN BIBLIOTHECA HABES, DEERIT NIHIL Si junto a tu biblioteca tienes un jardín, nada te faltará Cicerón, 46 a.C.
Desde el punto de vista de la encuadernación cabe maravillarse ante este extraordinario dato: la inmensa mayoría de los libros, sin importar su forma, lugar o época, fueron creados íntegramente con materiales de origen vegetal. Tanto sus páginas, como sus tapas, como los elementos para unir sus partes fueron obtenidos de plantas, hojas o madera. Históricamente la materia prima vegetal, una vez tratada, procesada y preparada, ha sido el material por excelencia utilizado para convertirlo en soporte para la escritura y para la estructura del libro.
Respecto al libro hay algo compartido en todas las culturas y durante cualquier periodo de la historia: se fabrica con aquellos materiales que más abundan en el entorno natural inmediato ya que, por cuestiones climáticas o medioambientales, son recursos siempre al alcance puesto que crecen de forma ilimitada. Y esos recursos tienen en común su procedencia vegetal.
En ese sentido, como encuadernadora con curiosidad por la antropología, me resulta muy interesante observar cómo otras civilizaciones y en otros momentos históricos el ser humano ha resuelto la necesidad de dejar constancia de sí mismo. Haciendo pues un -muy- breve recorrido por civilizaciones y regiones diversas encontramos algunos ejemplos de herbarios que recogen, analizan y describen el uso de las plantas medicinales según tradiciones muy distintas y muy distantes, adoptando formas propias y características.
Conozcamos cuatro herbarios históricos que han llegado a nuestros días y veamos cómo representan cuatro entornos culturales -Antiguo Egipto, India, China y México- que encuentran diversas formas de plasmar su, no sólo herborística, tradición.
Rollo de papiro egipcio

El Papiro Ebers fue redactado hacia el 1550 a.C. y descubierto entre los restos de una momia en Luxor en 1862. Es uno de los tratados médicos y de farmacopea conocidos más antiguo y también uno de los documentos más largos escritos del antiguo Egipto: mide más de 20 metros de longitud y unos 30 centímetros de alto. Describe numerosas enfermedades y más de 700 sustancias extraídas en su mayor parte del reino vegetal: azafrán, mirra, aloes, hojas de ricino, loto azul, extracto de lirio, jugo de amapola, resina, incienso, cáñamo, etc.
Ahora traslademos nuestra mirada al libro en sí. El rollo de papiro es el formato por excelencia que adoptó el libro en Egipto. Es un soporte para la escritura elaborado a partir de una planta acuática que crecía abundantemente en el río Nilo gracias al clima y carácter cenagoso de sus márgenes. La palabra papiro procede del latín papyrus, que a su vez derivó del griego papyros, que lo tomó del egipcio antiguo per-peraâ, que significa ‘flor del rey’.
Cada hoja de papiro consistía en la superposición de dos capas de tiras todavía frescas, dispuestas perpendicularmente. Después se golpeaban para alisar el entramado, se prensaban y luego se secaban al sol. Una vez secas, se pulían con un objeto de marfil o un caparazón de molusco. Era un material flexible, de tacto sedoso y brillante, con una tonalidad de blanco hueso. Las hojas resultantes se unían entre sí con una cola de engrudo elaborado con agua, harina y vinagre, formando una larga tira de unas 20 hojas. Se escribía con un cálamo hecho del tallo del junco, cortado a bisel y se enrollaba con la escritura hacia el interior.
El soporte de papiro sólo podía conservarse en el clima seco de Egipto, pues se deterioraba fácilmente con la humedad del ambiente, y requería un cuidado especial: los rollos debían guardarse en recipientes de madera o de arcilla para preservarlos de los insectos e impregnarse de aceite. A pesar del inconveniente de su conservación, el papiro favoreció la proliferación y difusión de la escritura y de la literatura. Se exportó a Grecia y Roma, y fue el soporte más preciado de la escritura. Puede decirse, igualmente, que con él surgió el libro en el sentido moderno del término en cuanto a la copia y distribución de ejemplares, pues se sistematizaron los archivos, aparecieron las bibliotecas y la comercialización de ejemplares. No obstante, era un material raro y carísimo, cuya producción fue disminuyendo con el tiempo, sobre todo a partir del s. III d.C., coincidiendo con la aparición del pergamino, más consistente y abundante.
Libro de hojas de palma indio
El Sushruta Samhita es un texto sánscrito del s. III o IV d.C. atribuido a Sushruta, uno de los fundadores de la medicina herborística tradicional de la India, conocida como ayurveda. El libro contiene 184 capítulos, y presenta la descripción de 1120 enfermedades, 700 plantas medicinales, 57 preparados de origen animal y 64 preparados de origen mineral. Introdujo notables innovaciones en el campo de la cirugía y la anatomía.

Analizando nuevamente la estructura de los libros elaborados en una área tan extensa como el sudeste asiático, nos damos cuenta de la capacidad de adaptación a la gran demanda de un soporte para la escritura. Antes de conocer el papel, en este área geográfica que abarca India, Tailandia, Birmania, Sri Lanka e Indonesia, la forma tradicional de los libros manuscritos -los llamados pothi– consistía en tiras de hojas de palma de formato alargado puestas unas encima de otras.

La hoja de palma era un excelente material para escribir: los folios eran finos y planos, una característica física que permitía juntar perfectamente cientos de ellos en un mismo volumen. Para su uso, las hojas eran pulidas con arena y hervidas en agua o leche para endurecerlas. Después se les realizaba uno o dos orificios para ensamblarlas con cuerdas. Estas hojas preparadas para la escritura, denominadas ola, eran escritas mediante incisiones realizadas con un instrumento punzante. Las incisiones se ponían oscuras al aplicar extractos vegetales o aceites aromáticos, lo que las hacía más legibles al tiempo que les proporcionaba un efecto repelente para los insectos. Se les añadían tapas de madera para una mejor conservación que frecuentemente eran adornadas con bronce, cobre, plata o marfil. Por los orificios se pasaba un cordel para que el conjunto se mantuviera unido y ordenado. Tal unión permitía leer ambas caras de un folio sin romper el material e ir pasando las hojas sin que perdieran su orden consecutivo. Cuando el libro no se utilizaba, se guardaba con las ataduras enrolladas a su alrededor.
Encuadernación tradicional china

El Bencao Gangmu o Compendio de materia médica, es un tratado de medicina china escrito por Li Shizhen durante la Dinastía Ming. Se considera el libro médico más completo y exhaustivo de toda la historia de la medicina china tradicional. Contiene todas las plantas, animales y minerales con propiedades medicinales y sigue siendo un libro de referencia hoy en día.
Li Shizhen terminó el primer borrador del texto en 1578, después de leer más de 800 libros de referencia médica y de realizar 30 años de práctica. Consta de 53 volúmenes en total donde encontramos la descripción de 1892 hierbas distintas para tratar 11096 enfermedades comunes, cada una con una referencia al nombre, la descripción detallada de aspecto y olor, su naturaleza, su función medicinal, los efectos, las recetas colaterales, etc. El Compendio de Materia Médica es más que un texto farmacéutico, porque contiene información tan amplia que cubría temas de biología, química, geografía, mineralogía, geología, historia, e incluso minería y astronomía, cosas todas ellas que tenían poco que ver con las hierbas medicinales.

Durante la época en que el Bencao fue publicado (dinastía Ming) la encuadernación tradicional china estaba siendo mejorada ya que pasó de ser pegada a ser cosida. La encuadernación utilizada en este país antes de la adopción del códice europeo se caracterizaba por el uso de un papel muy fino llamado xuan. Dada la transparencia de este tipo de papel sólo se imprimía por una cara y era doblado con el texto hacia fuera.
Los textos se protegían con unas tapas flexibles de papel o cartulina y luego se procedía a la costura a través de 4 agujeros cercanos al lomo realizada con hilo de seda. El papel xuan está elaborado con paja de arroz y corteza de sándalo cuyas fibras resistentes y finas son capaces de producir papel muy suave, blanco, flexible y de inmaculada calidad.
El procedimiento de fabricación tradicional, transmitido oralmente de generación en generación, todavía se utiliza hoy en día. Es exclusivamente manual, dura más de dos años y comprende más de 100 procesos entre los que se encuentran el remojo, el lavado, la fermentación, el blanqueo, la obtención de pulpa, el secado al sol y el corte del papel.
Códice azteca
El Libellus de medicinalibus indorum herbis (Libro sobre las hierbas medicinales de los indios) -o Códice Badiano- es el primer tratado que describe las propiedades curativas de las plantas americanas empleadas por los mexicas. Se trata de un compendio de herboristería medicinal y supone un importante legado sobre la botánica y la medicina tradicional del México prehispánico. Es obra del médico indígena Martín de la Cruz, escrita originalmente en náhuatl y traducida al latín por el también médico indígena Juan Badiano.

El códice, que data de 1552, hace referencia a 251 plantas medicinales e incluye 185 ilustraciones coloristas y detalladas llevadas a cabo por ilustradores autóctonos. los tlacuilos. Los nombres de las plantas encabezando las ilustraciones están en náhuatl y suelen ser nombres con elementos descriptivos (planta que crece en zonas montañosas, planta que crece cerca del agua, hierba comestible espinosa, hierba grasosa, etc.) mientras que el texto con las indicaciones médicas está en latín.
Sus 30 capítulos están dedicados a enfermedades de partes del cuerpo, empezando por la cabeza hasta los pies, pasando por los ojos, los oídos, la nariz, los dientes, las mejillas, el pecho, el estómago y las rodillas. Otros capítulos describen los remedios contra la fatiga, enfermedades generales, enfermedades mentales, problemas relacionados con el parto e incluso las señales de la proximidad de la muerte.

Desviando de nuevo nuestra atención encuadernadora hacia el libro como objeto material, vemos que las dimensiones del manuscrito se asemejan al códice europeo medieval, tiene cinco nervios en el lomo, está encuadernado en terciopelo rojo, elaborado con papel de lino procedente de Italia y tiene los bordes dorados. Puede observarse una clara influencia europea de la época, que también encontramos en el hecho de enmarcar las páginas con líneas de color naranja que delimitan el área de escritura. Este libro ya no es el reflejo de una única tradición cultural sino que en él puede observarse la dominación colonizadora a través de su estructura y materiales.
A nivel formal, material y estructural ninguna de las encuadernaciones que acabamos de ver ha sobrevivido intacta hasta nuestros días. El rollo de papiro, el pothi de hojas de palma, la encuadernación tradicional china o el códice medieval tuvieron su auge y esplendor pero a medida que se aceleró el progreso y la demanda de libros aumentó, fueron superados técnicamente por inventos más rentables a nivel de producción.
Cada vez que dos culturas entran en contacto se dan metamorfosis muy complejas y tienen lugar cambios irreversibles. Muchas veces ese encuentro es devastador para las personas, especialmente cuando transforma sus vidas de forma traumática. Otras veces los que se ven involucrados en el nuevo escenario surgido del cruce, del injerto o de la imposición, consiguen destilar lo mejor de cada pueblo y quedarse con aquellos avances que suponen un salto evolutivo. Ese salto, ya sea en lo tecnológico o lo cotidiano, a menudo es un proceso gradual empujado por lo que podría llamarse una ‘selección natural’ de lo cultural.
La historia del libro también está ligada a los acontecimientos históricos y al contacto entre culturas, aprendiendo unas de otras, incorporando cualquier atisbo de mejora respecto a lo conocido y adaptándolo al entorno inmediato. Esta impermanencia de la que hablamos es también una de las máximas de la naturaleza, que se muestra cambiante tanto si se trata de una reserva natural, de un jardín urbano o de macetas en una ventana.
Porque la pureza como concepto es tan perseguido y escurridizo como la verdad, la belleza o la justicia. Habitan en nuestros pensamientos pero en el fondo son producto de nuestra imaginación y, a pesar de ser utópicos e intangibles, siempre han sido y serán anhelados por el ser humano sin desfallecer.